Unas fotos vistas porCueva internet, la visita de un par de amigos espeleólogos y un fin de semana especialmente lluvioso han hecho que desempolvase el espíritu de exploración espeleológica y nos lanzásemos a conocer nuevos rincones de estas montañas pero esta vez bajo tierra.

La espeleología es quizás no, es seguro el deporte más sucio e incomodo de los que puedes practicar en la naturaleza.

Hay que tener un buen control mental para olvidarte de las toneladas de roca que tienes por encima o de los cientos de metros de cuerda que has de ascender hasta volver a ver la luz del sol.

No es popular, y sin embargo ese espíritu explorador es la esencia misma de los llamados deportes de aventura.

Cuando tenia 10 o 12 años me adentraba en las cuevas de mi pueblo, Calcena, para poder descubrir lo que esa oscuridad encerraba.

Recuerdo una salida muy rustica, acompañado de mi padre y de mi tío Santiago, que al final cedieron a mi insistencia de llevarme a ver la Cueva Honda, la más grande de los alrededores y que como dicen en todos los pueblos de Aragón «nunca se ha encontrado en final», o «donde entro un perro y salió dos pueblos más abajo».

Es curioso como la imaginación popular alimenta el mito de lo inaccesible.

Hasta 30 veces la habré recorrido después guiando grupos de escolares en mis primeros trabajos como monitor deportivo en el albergue de Calcena.

Bueno volviendo a larustica salida de los 80, el material técnico de exploración era de lo más variopinto, como iluminación principal, una batería de coche portada en bandolera por mi padre  dentro de una barquilla de fruta, con el foco de pinzas que suele haber en los coches para las reparaciones fuera del taller y un par de linternas de petaca de aquellas cuadradas.

Ropa vieja de la que había por casa y lo más innovador una escalera de madera de coger fruta de unos tres metros de largo para salvar un desnivel que mi tío recordaba que había en la entrada.

La aproximación a la cueva con tan singular equipo no la recuerdo muy bien, pero no olvidare nunca el momento en que el foco de coche empezó a penetrar con su potente luz blanca en el interior de oscura cueva.

Hasta ese momento mis tímidas y temblorosas exploraciones a cuevas más pequeñas acompañado de la linterna de petaca no me permitían hacerme una idea de la belleza que allí dentro se guardaba, la modesta linterna iluminaba las partes, pero no mostraba los conjuntos en toda su magnificencia.

La escalera nos permitió salvar el modesto resalte de la entrada de una manera muy cómoda, tengo que reconocer que en aquel momento yo estaba extasiasiado, estalactitas, estalagmitas, columnas, murciélagos colgando del techo,… era tal y como yo veía en las ilustraciones de los libros de la EGB.

Señale a mi padre una zona, a la que nos aproximamos para ver unos murciélagos y de repente mi padre grito, y empezó a sangrar…, no, esto no va de vampiros, el casco no formaba parte de nuestro equipamiento de espeleólogos rurales, y una estalactita que no vio por andar alumbrándole los pasos a su chiquillo, le rasgo el cuero cabelludo.

Todo el que se haya abierto la cabeza alguna vez, (yo varias) recordara lo alarmantemente escandalosa que es esta zona del cuerpo en lo que al sangrado se refiere.

La expedición termino en el acto, con mi padre sangrando, mi tío poniéndole un pañuelo de tela en la cabeza y yo sintiéndome culpable por lo que le que le había ocurrido al padre.

Pasaron unos cuantos años hasta que volví a la Cueva Honda, con unos amigos. Yo, lucia en mi cabeza,un flamante frontal Petlz, modelo Zoom de gomas rosas fluorescentes y que en aquel momento, marcaba la diferencia entre ser un montañero experto o un excursionista pringao.

Con las maños libres para poder reptar cómodamente, sin tener que morder  con la boca la varilla metálica de la linterna de petaca mientras reptabas por el suelo, la exploración de esa y de otras cuevas y agujeros varios de los alrededores paso a ser uno de mis mayores entretenimientos.

Tiempo después, las cuerdas se enredaron en mi vida, descubrí la escalada, los barrancos, el alpinismo y me fui alejando de las cavernas.

En los últimos años, prácticamente solo visito rutinariamente y por trabajo algunas cuevas del Pirineo Aragonés.

Son cuevas muy accesibles a toda la familia, a grupos de niños, las recorro con gusto, me encanta mi trabajo de guía, pero casi casi se me estaba olvidando por lo repetitivo, lo bonito que es explorar, descubrir un rincón nuevo, rememorar ese instante mágico que viví justo antes de que una estalactita cabrona me cortara el rollo cuando era niño.

Este fin de semana he vuelto a las cavernas y he disfrutado mucho….

No quiero terminar esta entrada sin acordarme del sargento del GREIM fallecido en accidente en una practica de espeleosocorro en el alto tajo.

Los accidentes en la cuevas son una movida tremenda, requieren del trabajo coordinado de mucha, muchisima gente y toda muy bien entrenada.

Mi más sentido pésame para su familia y compañeros del GREIM de Barco de Avila.

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