Desde niño al salir de campamentos la sensación de bienestar que me invadía al estar cerca de  las montañas me gustaba, era una mezcla de libertad y aventura que aun hoy en día me hace mirar por la ventana mientras desayuno y sopesar las condiciones que habrá en esta o en aquella cara de la montaña mientras tomo un café, aun a sabiendas de que todos los días no se puede estar ahí arriba.

Y es precisamente esa necesidad de querer perpetuar ese sentimiento de libertad que dan las cumbres lo que me han llevado a ir enfocando mi vida profesional y personal hacia actividades que me permitiesen estar cada vez más tiempo ahí arriba…

Como guía de montaña, en los barrancos, como educador ambiental, cada día que paso en mi oficina verde y azul me hace sentir bien.

Me gusta especialmente la sensación al inicio de las temporadas cuando un lunes, o un martes cualquiera, puedes recorrer esos parajes con un grupo de personas que han venido a disfrutar también del monte y lo tienes todo para ti, es como poder jugar más rato con el juguete preferido de mucha gente.

Estar a pie de monte te regala también esos momentazos que dan las condiciones excepcionales, esa nevada sorpresa un jueves por la noche, llamar a los amigos con urgencia casi enfermiza para al día siguiente ser los primeros en dejar un surco en la nieve, o el anticiclón con frente polar que congelará momentáneamente las cascadas y que duraran a veces congeladas, un poco más  de lo que te costará decidirte a coger  los piolets.

Me gusta salir por la tarde a dar un paseo y ver las montañas cuando atardece, imaginar una vez más que estoy ahí arriba….